Por @juanjosecamposL

'Hay familias mexicanas
que con ingresos de seis mil pesos al mes
 tienen crédito para una vivienda,
tienen crédito para un coche,
se dan tiempo de mandar a sus hijos a una escuela privada
y están pagando las colegiaturas.”

ERNESTO CORDERO ARROYO
Secretario de Hacienda
en el sexenio de
Felipe Calderón Hinojosa (2006- 2012).
Vanguardia, 21 Feb 2011



Dentro del proyecto “LA DEMOCRACIA EN MÉXICO 1966- 2015” de la Compañía mexicana, Lagartijas Tiradas al Sol, se presentó en el último día del 14º. Festival de Monólogos “Teatro a una sola voz” en el Teatro Polivalente del Centro de las Artes de San Luis Potosí, el ejercicio escénico “TIJUANA”, basado en textos e ideas de Andrés Solano, Arnoldo Galves Suarez, Martin Caparrós y Gunter Walraff, escrito y dirigido por el también actor, Gabino Rodríguez. 



Tijuana es el resultado de la estancia este creador en la frontera mexicana durante 5 meses (de seis, anticipada culminación del proceso debido a, entre ellos un hecho terrible), donde adoptó un falso perfil con el nombre de Santiago Ramírez, instalándose en una de las zonas más abandonadas por las políticas sociales del sistema político mexicano, logrando encontrar alojo, rentando un espacio con una familia integrada por un padre, una madre, una hija de 20 y un primogénito del cual “nunca se menciona nada en esa casa”. Una vez ahí instalado, procedería a colocarse en una maquiladora como obrero en jornadas laborales de hasta más de 10 horas, recibiendo por tal esfuerzo, no más de 70.10 pesos, es decir, lo correspondiente al denominado salario mínimo… Y aquí comienza la cuestión que interesa. Y mucho. Y perdón la extensión de este comentario. El trabajo lo vale.

Gabino Rodríguez, es uno de los jóvenes creadores más sobresalientes de la denominada (y muy sobada y gastada en algunos casos), "Escena expandida” en México, al lado de Luisa Pardo y Francisco Barreiro, integrantes de este colectivo, Lagartijas Tiradas al Sol, según los enlista entre otros conjuntos latinoamericanos, José A. Sánchez, teórico español, en la introducción de “Teatro Postdramático” del alemán, Hans Thies Lehmann en su versión en español editada poco menos de un lustro en México. Aquí, el creador duranguense parte de una inquietud para proponer esta experiencia: ¿Cómo se vive (o sobrevive, más bien) con lo que todos conocemos como “Salario mínimo”?.

Ubiquemos. Recordemos que dicha compensación es resultado del esfuerzo laboral de cada ciudadano, pero cuya homogeneidad económica es impuesta por el orden socio- económico mundial del cual nuestro país no es ajeno. Este, surge de lo que estipulan los acuerdos políticos y empresariales surgidos de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (cuya presidencia es nombrada por el Presidente de la República, valga decir.), “justificados” en la Ley Federal del Trabajo CAPITULO VI: Salario mínimo, Artículo 90, que a la letra dicta: “Salario mínimo es la CANTIDAD MENOR que debe recibir en efectivo el trabajador por los servicios prestados en una jornada de trabajo.”, el cual “DEBERÁ SER SUFICIENTE PARA SATISFACER LAS NECESIDADES NORMALES DE UN JEFE DE FAMILIA EN EL ORDEN MATERIAL, SOCIAL Y CULTURAL, Y PARA PROVEER A LA EDUCACIÓN OBLIGATORIA DE LOS HIJOS.” (¿?).

Evidentemente estamos ante una clara diferencia entre lo que marca la ley y la realidad de muchos mexicanos dejados a la mezquindad e intereses de oligarcas y empresarios sin escrúpulos.

En México, el mínimo es el ya mencionado: $70.10 pesos por jornada laboral (variando este, de acuerdo a la zona geográfica de cada estado). Santiago, el “protagonista”, hace sus cuentas: hombre soltero, preocupado solo por la renta que hay que pagar, los gastos de transporte- camión urbano- y la mínima comida, se da cuenta que al final del día solo le restan $20.00 para cualquier intento de poder adquirir alguna otra cosa con su sobrante, ya sea vestido calzado, o bien, otras inquietudes y para qué decirlo, en absoluto, la posibilidad de disfrutar alguna diversión más allá de gastar un par de cervezas a la semana en la cantina de paso de cada día.

Aquí la realidad llega como es. Sin tibieza. Cruda. Como el país mismo. Gabino Rodríguez comienza su “narraturgia”, la explicación de su “experimento social”, utilizando para ello, un dispositivo demarcado con una enorme pintura de Pedro Pizarro, que muestra un plano de distribución territorial. Hay una pantalla a la altura de su cintura, un recuadro a piso conformado de ladrillos, mismos que formarán en el lapso de la obra, una “instalación” que nos remite a los asentamientos irregulares de las “secciones A, B y C” de Tijuana a donde ha llegado, varios botellas, muchas, y una silla que le permite ser un espectador de su propia historia. Al fondo, una planta, ahí, quizá síntesis simbólica de esta historia de la democracia mexicana vertida en algunos de sus ya memorables trabajos como “El rumor del incendio o “Derretiré con un cerillo la nieve de un volcán”, memorables en su momento, por igual. Y En este ejercicio, como en los anteriores, ya la crónica y las herramientas del documental dictan la estética de TIJUANA. Una apuesta donde el juego se muestra en distintas capas.

Por un lado está quien narra, Gabino- el actor- quien nos describe detalle a detalle, la experiencia que registró día a día en apuntes a mano en su cuadernillo que vemos, que nos dicta espacio temporal de cada suceso, mismo que se comprueba en las evidencias que también vemos en las proyecciones de los lugares que aborda, y en otro momento, él mismo, en fragmento testimonial, donde nos describe el proceso, la justificación, la metodología e inquietudes para llevar a cabo este trabajo creativo. Y detengo para un apunte aparentemente irrelevante, pero sin dudar, de que “todo lo que se ve en escena, debe tener sentido”, dicta una vieja regla de dirección escénica:  un probable juego y guiño quizá, una sana y acida crítica al medio y a la génesis del ejercicio vivencial habría que pensar: en el video, es este un Gabino ataviado y en pose, quien incluso en un momento de la grabación, se permite ser interrumpido para recibir un café express y en ello, darse su pausa para retomar, en una simpática y  curiosa pausa dramática, cuya acción no deja de remitir a la esencia  de ese actor “pequeño burgués” tan dado en México, donde en el trabajo, los creadores muchas veces solemos ponernos en el papel de visibilizadores autorizados de las verdades de los oprimidos (entiéndase lo que se quiera con esto), cuya postura no suele ir mas allá de un texto, una representación para ese público "selecto"- solo mayoritariamente teatreros, por ejemplo- únicos receptores de estos productos “contestatarios” en cuya pose parecen desvirtuarse los procesos de indagación e investigación de la escena, tomando estos a la ligera donde surge cada aberración pretenciosa, en nombre de lo expandido (al menos en lo programado en este festival, hubo un par). 

Volvamos a la obra y abordemos a “Santiago”, la otra identidad que “vive” lo narrado, quien experimenta y es sometido en la piel de Gabino. La representación en la representación. La ficción sobre la realidad, o esa realidad que sobrepasa la ficción que se transmuta más allá de lo proyectado, empalmadas, cogidas una de la otra; el documental de la piel, diríamos, desde la conciencia del actor que poco puede hacer, ante las propias reglas que se autoimpuesto: la inacabable rutina de la maquila; las dinámicas de la familia que se habita; las discusiones de la comunidad que busca autoregularse ante una situación social y de justicia inexistente que el gobierno no le atiende; los escarceos medianamente “amorosos” de “la hija de 20”;  la ciudad que se pierde entre los deslaves; el país que se pierde ante los escombros y que se registra en la imagen de un celular cuyas expresiones auditivas, solo muestran el morbo, mismo que suele quedar en la inacción de una sociedad que solo observa y poco hace. “Los mexicanos son unos huevones; por eso este país no progresa”, le dice el único compañero con el que tuvo conversación Santiago en su estadía en la maquiladora. Y Gabino se cuestiona tal afirmación, viniendo de alguien cuya madre de 74 años, aún trabaja para mantener su sustento cotidiano, una más de los 50 millones de mexicanos que sobrevivan con el tan mentado salario mínimo.

Una tercera capa: el trabajo actoral de Gabino Rodríguez: una, la técnica un tanto impostada, “en personaje”, no la simpleza de ser “él mismo”, sino el actor que se actúa a sí mismo, que adopta voz y forma, tono y emocionalidad para conectarnos con ese otro que es Santiago al mismo tiempo. Santiago poco habla. No lo escuchamos. Su testimonio es en las poses y formas de Gabino emulando a Santiago. Ahí la efectividad de lo que representa. La credibilidad del supuesto desdoblamiento. Esa sutileza que permea dosificadamente la fascinación.

Y una última capa más: la impecable labor de producción cuya sencillez resulta muy poderosa. Desde el discreto diseño de iluminación de Sergio López Vigueras, que permea las tres secciones en horizontal del escenario, y que como las secciones territoriales donde habita el protagonista, poco a poco se van diluyendo hasta perder a Santiago en la nada de la inmovilidad del accionista- expectante en que al final se vuelto, hasta el enorme trabajo de pietaje del material audiovisual recabado por el Gabino- Santiago con una cámara oculta bajo la manga del brazo (editadas por Chantal Peñalosa y Carlos Gamboa). El diseño de audio (de Juan Leduc), recopilado igualmente por el actor, con una minúscula grabadora, ambos materiales en un trabajo de producción impecable. Ojo, recursos parecidos y sumamente utilizados en los montajes  posdramaticos y expandidos” de hoy día, pero aquí, SI SON. No son copia ni recurso injustificado. Aquí la firmeza y contundencia del discurso, de la experiencia, le dan la total validez y los disponen a adquirir el sentido y carácter que deben realmente tener. Y eso se agradece.

Tijuana es una experiencia que trasciende. Que marca la escena y la experimentación en muchos sentidos. Sintesis de realidad desde la vivencia misma, que pone al sujeto- actor- personaje en una sola linea de convivencia, sin artilugios, con honestidad... y sin gastos onerosos en su puesta en escena, que resultan congruentes con la premisa: no puedes invertir, ni gastar los recursos que un país no vive, que la mayoría de los ciudadanos no tienen acceso, si ganas el salario mínimo, ASÍ SEA UNA BECA DEL ESTADO. Invertirla en procesos vivos, en necesidades que nos confronten para entender el país en ruinas que ha sido este y su lamentable sentido de democracia que tanto nos daña, que tanto nos jode, herencia de un PRI, que en apariencia, se hunde en los deslavados confines escombrados de la historia mexicana. Así debería ser la exigencia de la creación. No hablo de las formas, que esas son validad y no deben ser invadidas por nadie. Hablo de los procesos humanos, compartidos, sociales, quizá desde la construcción de un diálogo para con uno mismo en el afán de entender, de entenderse, entendernos. Y en una de esas, viene el diálogo con los otros. La narraturgia, lo unipersonal de los tiempos así lo apunta. El dialogo desgastado debe reconstruirse desde la experiencia y reconfiguración personal e histórica. Asi parece sugerirlo  esta “Tijuana”.

El PRI se fue. Y que con el se vayan están realidades. Hagamos todo porque no regresen Es complicado. Pero en busca de nuevas realidades, una premisa sería que el nuevo gobierno brinde a cada mexicano, no el sueldo mínimo, sino un sueldo suficiente. Se puede. Mera cuestión de insistencia ciudadana y de una obligada voluntad política.


GABINO RODRÍGUEZ
Durango 1983.
Actor y director. Maestro en teatro por la Universidad de Amsterdam. Empezó actuando en el cine, en donde a la fecha ha participado en más de 30 largometrajes con directores como Nicolás Pereda, Raya Martin, Paul Leduc y Cary Fukunaga entre otros. En 2003 fundó con Luisa Pardo el colectivo Lagartijas tiradas al sol, con el que han desarrollado proyectos escénicos y publicaciones. Han participado en el Festwochen de Viena, El festival de otoño de París, El Kunstenfestivaldesarts en Bruselas, Escena Contemporanea en Madrid, Transameriques de Montreal, Theater Spektakell de Zurich. En el teatro, como actor, ha colaborado con Jesusa Rodríguez, Daniel Veronese, Martín Acosta y Alberto Villarreal.
En 2007 y en 2017 fue nominado al Ariel por su actuación en “La niña en la piedra” y por “La cuarta compañía”. En 2008 participó en el Talent campus, del Festival de cine de Berlín y ese mismo año fue candidato para “The Rolex Mentor and protégé arts initiative” por su trabajo en el teatro. En 2009 se hizo acreedor al prix Janine Bazin del festival de Belfort y a la mejor actuación del Festival de Gramado, por su actuación en Perpetumm Mobile. En 2011 el Festival de cine Tolousse dedicó una sección a su trabajo y ese mismo año lo hizo el Festival París Cinema. En 2012 el Festival Filmar en América Latina en Ginebra, Suiza le dedicó una retrospectiva al igual que en 2014 el Festival de cine de Cali, Colombia dirigido por Luis Ospina.
Junto con Juan Leduc y Andrés García  en 2014 comenzó el proyecto editorialcascajo.org






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