"TIJUANA"... O "EL SALARIO DEL MIEDO" POR TODOS TAN TEMIDO.


Por @juanjosecamposL

'Hay familias mexicanas
que con ingresos de seis mil pesos al mes
 tienen crédito para una vivienda,
tienen crédito para un coche,
se dan tiempo de mandar a sus hijos a una escuela privada
y están pagando las colegiaturas.”

ERNESTO CORDERO ARROYO
Secretario de Hacienda
en el sexenio de
Felipe Calderón Hinojosa (2006- 2012).
Vanguardia, 21 Feb 2011



Dentro del proyecto “LA DEMOCRACIA EN MÉXICO 1966- 2015” de la Compañía mexicana, Lagartijas Tiradas al Sol, se presentó en el último día del 14º. Festival de Monólogos “Teatro a una sola voz” en el Teatro Polivalente del Centro de las Artes de San Luis Potosí, el ejercicio escénico “TIJUANA”, basado en textos e ideas de Andrés Solano, Arnoldo Galves Suarez, Martin Caparrós y Gunter Walraff, escrito y dirigido por el también actor, Gabino Rodríguez. 



Tijuana es el resultado de la estancia este creador en la frontera mexicana durante 5 meses (de seis, anticipada culminación del proceso debido a, entre ellos un hecho terrible), donde adoptó un falso perfil con el nombre de Santiago Ramírez, instalándose en una de las zonas más abandonadas por las políticas sociales del sistema político mexicano, logrando encontrar alojo, rentando un espacio con una familia integrada por un padre, una madre, una hija de 20 y un primogénito del cual “nunca se menciona nada en esa casa”. Una vez ahí instalado, procedería a colocarse en una maquiladora como obrero en jornadas laborales de hasta más de 10 horas, recibiendo por tal esfuerzo, no más de 70.10 pesos, es decir, lo correspondiente al denominado salario mínimo… Y aquí comienza la cuestión que interesa. Y mucho. Y perdón la extensión de este comentario. El trabajo lo vale.

Gabino Rodríguez, es uno de los jóvenes creadores más sobresalientes de la denominada (y muy sobada y gastada en algunos casos), "Escena expandida” en México, al lado de Luisa Pardo y Francisco Barreiro, integrantes de este colectivo, Lagartijas Tiradas al Sol, según los enlista entre otros conjuntos latinoamericanos, José A. Sánchez, teórico español, en la introducción de “Teatro Postdramático” del alemán, Hans Thies Lehmann en su versión en español editada poco menos de un lustro en México. Aquí, el creador duranguense parte de una inquietud para proponer esta experiencia: ¿Cómo se vive (o sobrevive, más bien) con lo que todos conocemos como “Salario mínimo”?.

Ubiquemos. Recordemos que dicha compensación es resultado del esfuerzo laboral de cada ciudadano, pero cuya homogeneidad económica es impuesta por el orden socio- económico mundial del cual nuestro país no es ajeno. Este, surge de lo que estipulan los acuerdos políticos y empresariales surgidos de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (cuya presidencia es nombrada por el Presidente de la República, valga decir.), “justificados” en la Ley Federal del Trabajo CAPITULO VI: Salario mínimo, Artículo 90, que a la letra dicta: “Salario mínimo es la CANTIDAD MENOR que debe recibir en efectivo el trabajador por los servicios prestados en una jornada de trabajo.”, el cual “DEBERÁ SER SUFICIENTE PARA SATISFACER LAS NECESIDADES NORMALES DE UN JEFE DE FAMILIA EN EL ORDEN MATERIAL, SOCIAL Y CULTURAL, Y PARA PROVEER A LA EDUCACIÓN OBLIGATORIA DE LOS HIJOS.” (¿?).

Evidentemente estamos ante una clara diferencia entre lo que marca la ley y la realidad de muchos mexicanos dejados a la mezquindad e intereses de oligarcas y empresarios sin escrúpulos.

En México, el mínimo es el ya mencionado: $70.10 pesos por jornada laboral (variando este, de acuerdo a la zona geográfica de cada estado). Santiago, el “protagonista”, hace sus cuentas: hombre soltero, preocupado solo por la renta que hay que pagar, los gastos de transporte- camión urbano- y la mínima comida, se da cuenta que al final del día solo le restan $20.00 para cualquier intento de poder adquirir alguna otra cosa con su sobrante, ya sea vestido calzado, o bien, otras inquietudes y para qué decirlo, en absoluto, la posibilidad de disfrutar alguna diversión más allá de gastar un par de cervezas a la semana en la cantina de paso de cada día.

Aquí la realidad llega como es. Sin tibieza. Cruda. Como el país mismo. Gabino Rodríguez comienza su “narraturgia”, la explicación de su “experimento social”, utilizando para ello, un dispositivo demarcado con una enorme pintura de Pedro Pizarro, que muestra un plano de distribución territorial. Hay una pantalla a la altura de su cintura, un recuadro a piso conformado de ladrillos, mismos que formarán en el lapso de la obra, una “instalación” que nos remite a los asentamientos irregulares de las “secciones A, B y C” de Tijuana a donde ha llegado, varios botellas, muchas, y una silla que le permite ser un espectador de su propia historia. Al fondo, una planta, ahí, quizá síntesis simbólica de esta historia de la democracia mexicana vertida en algunos de sus ya memorables trabajos como “El rumor del incendio o “Derretiré con un cerillo la nieve de un volcán”, memorables en su momento, por igual. Y En este ejercicio, como en los anteriores, ya la crónica y las herramientas del documental dictan la estética de TIJUANA. Una apuesta donde el juego se muestra en distintas capas.

Por un lado está quien narra, Gabino- el actor- quien nos describe detalle a detalle, la experiencia que registró día a día en apuntes a mano en su cuadernillo que vemos, que nos dicta espacio temporal de cada suceso, mismo que se comprueba en las evidencias que también vemos en las proyecciones de los lugares que aborda, y en otro momento, él mismo, en fragmento testimonial, donde nos describe el proceso, la justificación, la metodología e inquietudes para llevar a cabo este trabajo creativo. Y detengo para un apunte aparentemente irrelevante, pero sin dudar, de que “todo lo que se ve en escena, debe tener sentido”, dicta una vieja regla de dirección escénica:  un probable juego y guiño quizá, una sana y acida crítica al medio y a la génesis del ejercicio vivencial habría que pensar: en el video, es este un Gabino ataviado y en pose, quien incluso en un momento de la grabación, se permite ser interrumpido para recibir un café express y en ello, darse su pausa para retomar, en una simpática y  curiosa pausa dramática, cuya acción no deja de remitir a la esencia  de ese actor “pequeño burgués” tan dado en México, donde en el trabajo, los creadores muchas veces solemos ponernos en el papel de visibilizadores autorizados de las verdades de los oprimidos (entiéndase lo que se quiera con esto), cuya postura no suele ir mas allá de un texto, una representación para ese público "selecto"- solo mayoritariamente teatreros, por ejemplo- únicos receptores de estos productos “contestatarios” en cuya pose parecen desvirtuarse los procesos de indagación e investigación de la escena, tomando estos a la ligera donde surge cada aberración pretenciosa, en nombre de lo expandido (al menos en lo programado en este festival, hubo un par). 

Volvamos a la obra y abordemos a “Santiago”, la otra identidad que “vive” lo narrado, quien experimenta y es sometido en la piel de Gabino. La representación en la representación. La ficción sobre la realidad, o esa realidad que sobrepasa la ficción que se transmuta más allá de lo proyectado, empalmadas, cogidas una de la otra; el documental de la piel, diríamos, desde la conciencia del actor que poco puede hacer, ante las propias reglas que se autoimpuesto: la inacabable rutina de la maquila; las dinámicas de la familia que se habita; las discusiones de la comunidad que busca autoregularse ante una situación social y de justicia inexistente que el gobierno no le atiende; los escarceos medianamente “amorosos” de “la hija de 20”;  la ciudad que se pierde entre los deslaves; el país que se pierde ante los escombros y que se registra en la imagen de un celular cuyas expresiones auditivas, solo muestran el morbo, mismo que suele quedar en la inacción de una sociedad que solo observa y poco hace. “Los mexicanos son unos huevones; por eso este país no progresa”, le dice el único compañero con el que tuvo conversación Santiago en su estadía en la maquiladora. Y Gabino se cuestiona tal afirmación, viniendo de alguien cuya madre de 74 años, aún trabaja para mantener su sustento cotidiano, una más de los 50 millones de mexicanos que sobrevivan con el tan mentado salario mínimo.

Una tercera capa: el trabajo actoral de Gabino Rodríguez: una, la técnica un tanto impostada, “en personaje”, no la simpleza de ser “él mismo”, sino el actor que se actúa a sí mismo, que adopta voz y forma, tono y emocionalidad para conectarnos con ese otro que es Santiago al mismo tiempo. Santiago poco habla. No lo escuchamos. Su testimonio es en las poses y formas de Gabino emulando a Santiago. Ahí la efectividad de lo que representa. La credibilidad del supuesto desdoblamiento. Esa sutileza que permea dosificadamente la fascinación.

Y una última capa más: la impecable labor de producción cuya sencillez resulta muy poderosa. Desde el discreto diseño de iluminación de Sergio López Vigueras, que permea las tres secciones en horizontal del escenario, y que como las secciones territoriales donde habita el protagonista, poco a poco se van diluyendo hasta perder a Santiago en la nada de la inmovilidad del accionista- expectante en que al final se vuelto, hasta el enorme trabajo de pietaje del material audiovisual recabado por el Gabino- Santiago con una cámara oculta bajo la manga del brazo (editadas por Chantal Peñalosa y Carlos Gamboa). El diseño de audio (de Juan Leduc), recopilado igualmente por el actor, con una minúscula grabadora, ambos materiales en un trabajo de producción impecable. Ojo, recursos parecidos y sumamente utilizados en los montajes  posdramaticos y expandidos” de hoy día, pero aquí, SI SON. No son copia ni recurso injustificado. Aquí la firmeza y contundencia del discurso, de la experiencia, le dan la total validez y los disponen a adquirir el sentido y carácter que deben realmente tener. Y eso se agradece.

Tijuana es una experiencia que trasciende. Que marca la escena y la experimentación en muchos sentidos. Sintesis de realidad desde la vivencia misma, que pone al sujeto- actor- personaje en una sola linea de convivencia, sin artilugios, con honestidad... y sin gastos onerosos en su puesta en escena, que resultan congruentes con la premisa: no puedes invertir, ni gastar los recursos que un país no vive, que la mayoría de los ciudadanos no tienen acceso, si ganas el salario mínimo, ASÍ SEA UNA BECA DEL ESTADO. Invertirla en procesos vivos, en necesidades que nos confronten para entender el país en ruinas que ha sido este y su lamentable sentido de democracia que tanto nos daña, que tanto nos jode, herencia de un PRI, que en apariencia, se hunde en los deslavados confines escombrados de la historia mexicana. Así debería ser la exigencia de la creación. No hablo de las formas, que esas son validad y no deben ser invadidas por nadie. Hablo de los procesos humanos, compartidos, sociales, quizá desde la construcción de un diálogo para con uno mismo en el afán de entender, de entenderse, entendernos. Y en una de esas, viene el diálogo con los otros. La narraturgia, lo unipersonal de los tiempos así lo apunta. El dialogo desgastado debe reconstruirse desde la experiencia y reconfiguración personal e histórica. Asi parece sugerirlo  esta “Tijuana”.

El PRI se fue. Y que con el se vayan están realidades. Hagamos todo porque no regresen Es complicado. Pero en busca de nuevas realidades, una premisa sería que el nuevo gobierno brinde a cada mexicano, no el sueldo mínimo, sino un sueldo suficiente. Se puede. Mera cuestión de insistencia ciudadana y de una obligada voluntad política.


GABINO RODRÍGUEZ
Durango 1983.
Actor y director. Maestro en teatro por la Universidad de Amsterdam. Empezó actuando en el cine, en donde a la fecha ha participado en más de 30 largometrajes con directores como Nicolás Pereda, Raya Martin, Paul Leduc y Cary Fukunaga entre otros. En 2003 fundó con Luisa Pardo el colectivo Lagartijas tiradas al sol, con el que han desarrollado proyectos escénicos y publicaciones. Han participado en el Festwochen de Viena, El festival de otoño de París, El Kunstenfestivaldesarts en Bruselas, Escena Contemporanea en Madrid, Transameriques de Montreal, Theater Spektakell de Zurich. En el teatro, como actor, ha colaborado con Jesusa Rodríguez, Daniel Veronese, Martín Acosta y Alberto Villarreal.
En 2007 y en 2017 fue nominado al Ariel por su actuación en “La niña en la piedra” y por “La cuarta compañía”. En 2008 participó en el Talent campus, del Festival de cine de Berlín y ese mismo año fue candidato para “The Rolex Mentor and protégé arts initiative” por su trabajo en el teatro. En 2009 se hizo acreedor al prix Janine Bazin del festival de Belfort y a la mejor actuación del Festival de Gramado, por su actuación en Perpetumm Mobile. En 2011 el Festival de cine Tolousse dedicó una sección a su trabajo y ese mismo año lo hizo el Festival París Cinema. En 2012 el Festival Filmar en América Latina en Ginebra, Suiza le dedicó una retrospectiva al igual que en 2014 el Festival de cine de Cali, Colombia dirigido por Luis Ospina.
Junto con Juan Leduc y Andrés García  en 2014 comenzó el proyecto editorialcascajo.org






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“NO SOY UN FRACASO”… O DE LA "INFAME" VERGÜENZA DE EXISTIR SIN EXISTIR.


Por @juanjosecamposL
juanjosecamposloredo1@gmail.com

“Que seas una personalidad
no significa que tengas personalidad”

PULP FICTION (Quentin Tarantino, 1994).



¿Somos solo una idea? ¿De quién dependemos si así fuera? Desde un concepto ontológico, la posibilidad de Ser nos confronta con aquello que no comprendemos. Con esa voluntad que sabemos nos mueve hacia lo que algunos llamamos Destino, y donde pese a la resistencia ocasional del día a día, nos mantenemos ahí, en ese involuntario camino recto, consientes de que la sola idea de existir, es una opción que permuta ante nosotros, ante nuestros deseos, y nos confronta ante un inacabado concepto que muchos gritan al vacio esperado, como lo es el ÉXITO.

¿Y si este último concepto también es una idea prefigurada a través de nuestras más intimas y míseras ansiedades? Tal conciencia seguramente nos perfilaría y confrontaría a nuestro propio fracaso, aquel que nos duele decir, que nos cuesta balbucear, aquel que deseamos ignorar y disfrazar de las mejores y más variadas maneras ya que, en definitiva, el éxito no viene solo; se da invariablemente acompañado del fracaso en una simbiosis siempre única. Y de ahí, con el miedo de la incertidumbre a cuestas, llega la negación de nuestro ser, de nuestra realidad, de lo que en algún momento dejamos de hacer.

Claudio Valdés Kuri, uno de los creadores más emblemáticos de la escena mexicana en los últimos 20 años, llega al Teatro Polivalente del Centro de las Artes de San Luis Potosí con su Compañía Teatro de Ciertos Habitantes, con la puesta en escena “No soy un fracaso”, de la autoría de Mario García Torres, en el marco del 14º. Festival de Monólogos “Teatro a una sola voz”. Y con la actuación de Rodrigo Carrillo Tripp, nos aprestamos a escuchar la conferencia de un tal Allen Smithee, quien nos explica que, precisamente, él, “Allen Smithee no es una persona, es más bien una idea, una cosa. es el seudónimo que muchos cineastas de Hollywood han utilizado para ocultar su identidad cuando consideran que han fracasado”, seudónimo que fue acuñado por “el Sindicato de directores de Estados Unidos en 1968 y que se usó oficialmente hasta 2000, para manifestar la insatisfacción del director por no haber tenido el control creativo deseado sobre la película. Según las reglas de su uso el director se comprometía a no comentar las causas concretas que le llevaban a tomar tal decisión o incluso a no reconocer que era el director real. Este seudónimo también ha sido utilizado por otros trabajadores del gremio cinematográfico como los guionistas.(Fuente: Wikipedia)

En uno de sus trabajos más parcos a nivel de producción, Valdéz Kuri nos plantea un escenario llano con solo la mesa que ocupará el pseudoconferencista, la silla y una pantalla, todas en primer plano donde veremos en un extremo la diatriba de Smithee y por el otro, algunos ejemplos de esas películas rechazadas, denostadas por sus autores (obras negadas por el padre, podríamos decir, y en ello, olvidadas), muchas de ellas de infame serie B (Ghost fever, The Shrimp on the Barbie, Alien Blood, Death of a Gunfighter, entre muchas otras), incluidas algunas más, éstas, dentro de  la industria del porno norteamericano.

Allen Smithee. Un seudónimo que muere de sí mismo. Que en su insistente aceptación de sí, de autovalorar y justificar su propia existencia, es capaz de autodestruirse de todas la formas ya conocidas, infringiéndose a sí mismo; en sacrificio por cada obra negada y renaciendo en un ciclo interminable, mientras la negación sea el punto de partida para esa obra que en vez de enaltecer al autor, le avergüence de tal forma que haya que recurrir a esa idea siempre ignorada y solo socorrida que representa como salvoconducto “Allen Smithee”.

Argumentos van y vienen. La formula es siempre la misma. Argumentos que cansan y que desgastan. Productos fílmicos de inacabable pésima factura ya de idea o de producción, pero que ahí están, que ahí deambulan para regocijo de algunos que bien podrían catalogarlas socarronamente como una que otra probable “película de culto”.

Quizá alguno de estos productos no entren en  ello, pero si, este “seudónimo de la vergüenza” que interpreta de manera solvente el actor Rodrigo Carrillo Tripp, en ese doble concepto de ser forma e idea. La forma del actor, consciente del espectador (recurso utilizado de manera continua por Valdez Kuri en sus montajes) y de lo que le rodea, de lo que está viviendo en el “aquí y ahora”, no como personaje, sino como “El actor” mismo. Y por otro lado, La forma del Personaje”, Allen Smithee, quien de manera inacabable busca los argumentos que le permitan justificar su inocua existencia.

Al final, como toda idea, como todo concepto incapaz de sostenerse a sí mismo, ya no Allen Smithee, sino el propio actor que le encarna, va sucumbiendo a la conciencia mortal de que toda idea no soportada, no valorada, no patentada, sucumbe a su propio vacio, a la insostenible justificación. Y le vemos ahí, de pronto, en un instante, parco, en silencio, abarcado por “la cosa” en que se vuelve el “ser” y su “nada”, más que una idea, socorrida en la vergüenza de la obra que ya no es, que ya no puede ser.


Si no la mejor obra de Valdez Kuri, si una con ese toque intimista, disfrutable, donde plantea ese cuestionamiento entre la obra y su creación, la intentona rebelde de este último y ahí, la condescendencia de dejarse ser; porque, carajo, ontológicamente hablando, ¿Qué otra cosa le queda (o nos queda) más que seguir la línea del texto, consultar el oráculo que demarca el director y el dramaturgo, en lo escrito, sin salirse del script prefijado por el par de dictadores, que nos observan categóricos, desde alguna cabina de iluminación de un teatro (o universo, vaya usted a saber) a media luz?


Foto: Victor Manuel Ruíz
CLAUDIO VALDÉZ KURI
(México) Director mexicano, reconocido como uno de los artistas latinoamericanos con mayor presencia internacional. Fundó y dirige su propia compañía: Teatro de Ciertos Habitantes.
Es Director egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica con mención honorífica, especializándose en documental. Inició su formación como actor a los once años, con Susana Wein, participando en múltiples puestas en escena por los siguientes 17 años. De 1996 a 1999 formó parte del grupo austriaco Carpa Theater.
Importantes instituciones le han comisionado y coproducido sus obras como el Festival Internacional de Edimburgo, Theater der Welt (Alemania), Wiener Festwochen (Viena), Haus der Kulturen der Welt (Berlín), Kunsten Festival des Arts (Bruselas), Festival Internacional Cervantino (Guanajuato), Festival de México en el Centro Histórico, Compañía Nacional de Teatro (México), Universidad Nacional Autónoma de México y Festival Internacional Cervantino.



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DE “LLUVIA, 160 LETRAS…” O DE COMO "CORRER" LA HISTORIA MEXICANA A LO "FORREST GUMP".


Por @juanjosecamposL
juanjosecamposloredo1@gmail.com
“Lo que no entiendes es lo que no es aparente,
lo que está detrás de las cosas”.
José Agustín


No es guasa. Hay montajes que uno verdaderamente no sabe qué decir, más cuando es una obra seleccionada para ser representada en el 14º. Festival de Monologos “Teatro a una sola voz” y uno no entiende cómo se filtró esta “LLUVIA, CIENTO SESENTA LETRAS PARA VOLVER A EMPEZAR”, de la autoría de Alejandro Rodríguez, quien también actúa este montaje bajo la dirección de la especialista en teatro infantil  y juvenil, Susana Romo, para la compañía Paralelo Teatro, oriunda de Guadalajara, Jalisco, en un ejercicio escénico pletórico de lugares comunes, referencias forzadas y una cuestionable estética teatral que se presentó en el quinto día de dicho festival, en el Teatro Polivalente del Centro de las Artes de San Luis Potosí. 

Vamos por partes.

“Lluvia…”, nos plantea un recorrido de un joven, Ulises, (no el de Ítaca, sino el de Guadalajara), desde su infancia a finales de los  años ochenta hasta el presente, todo ello enmarcado en una incipiente historia amorosa con un personaje llamado “Lluvia”, la cual será el motivo de encuentros y desencuentros, en la construcción de un amor que se antoja deberá ser “eterno e inolvidable”.

Durante este recorrido de vida,  “por las calles de la ciudad (Guadalajara), (de) su infancia en un barrio popular”, el paralelismo entre el nombre de la protagonista, Lluvia- el ideal platónico-, y el estado climático- ya físico como emocional- que circunscriben varios de los momentos, son los leit motiv que llevan de la mano por la historia de este país, los principales acontecimientos políticos desde el inicio del salinato en 1988, pasando por el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, la crisis económica conocida como “El error de diciembre” del 94, el triunfo foxista del 2000, el atentado terrorista a las Torres Gemelas en 2001, llegando hasta la marcha y fuerte represión de  altermundistas precisamente en la capital jaliciense, el 28 de mayo de 2004; el inicio de la guerra calderonista y la desaparición de los 43… y si, “todo cabe en un montaje…” si se supiera acomodar. La idea no es mala. Es encomiable acercar al público- sobre todo al público joven- a esos puntos de la reciente historia de México que sin duda nos han trastocado  intensamente. Pero el intento queda a deber en algunos puntos.

Por otro lado, uno no deja de ver una curiosa correlación en esta estructura narrativa con la idea principal de aquella novela de Winston  Groom, “Forrest Gump” y popularizada exitosamente en la cinta de 1994 del director estadounidense, Robert Zemeckis: el viaje por la historia estadounidense que afecta desde la infancia al protagonista, Forrest, misma que camina de lado a una historia de amor cuya cita con el destino nunca llegó.

Y ahí la incomodidad de toparse de pronto con “la originalidad” de una idea parecida del texto escrito por Alejandro Rodríguez. Daria igual, a fin de cuentas, que el personaje que plantea Rodríguez, nada tuviera que ver con el de Groom (no lleguemos a tanto), pero la mera referencia cronología- historia- amor- destino que se plantea en “Lluvia…”, como experimento dramatúrgico pudo haber salido del trillado esquema y abordar más allá de la consabida (y sobada) historia amorosa.

Una puesta donde desde la música pop comercial de ochentas y noventas, peca de sumas obviedades que se regodean en ese exceso de referencias históricas y populares de fácil identificación; que tratan de concatenar con la ya mencionada poco original “historia de amor”, logran hacer que uno nada más se retuerza en la butaca sin saber ya para donde fijar la atención. Claro que la intención seguro es la ubicación temporal y la empatía generacional, pero es tan directa, que, bueno.

Sumado a ello, el diseño espacial muestra un escenario atiborrado y burdo, saturado per se, circunscrito a más no poder por luminarias que poco dibujan una estética que enriquezca y que proponga, diciendo poco sobre lo narrado y si mucho, sobre sacar el “barco a flote”, en que de pronto se vuelve esta puesta en escena. Y qué decir del ya más que desgastado recurso de proyección de diapositivas…

Otra cosa: complicado empatar en este montaje, con un actor que por momentos parece intentar ser gracioso, sin negarle que ya, al final, se logra una conexión que permite ir llegando con un mejor ánimo a la resolución. Y si bien, el actor muestra una favorable condición física de su parte, que le permite ejecutar, algunas mínimas acciones que, físicamente sirven como recurso de resolución en ciertas situaciones, las coreografías que se dejan ver en algunos intros musicales, se muestran poco naturales, forzadas y en ello, pierden el ritmo del montaje en vez de enriquecerlo.

Extraña ver que esta propuesta esté incluida dentro de la selección de este festival. No sé si la historia planteada surja desde la construcción del biodrama del actor- dramaturgo, pero si me queda claro, que si así fuera y con las coincidencias de vida entre amor e historia que muchos podemos llegar a tener, pensar que la idea de nuestra vida podría ser reflejada tal como a la de aquel joven que corría de manera interminable, más allá de la historia, más allá de un amor inmortal, más allá de sí mismo, de aquel Forrest, es presumiblemente poco probable. Y porque lo obvio, lo evidente a los ojos, a los sentidos, deja muchas veces poco a la imaginación, a la concreción de nuevas ideas y nuevas posibilidades discursivas. Ya lo sugiere el epígrafe al inicio de esta nota.

Y ante este Úlises, que al final corre por las lluviosas calles tapatías, como corría aquel nostálgico Forrest por las calles de Georgia, lo único que se me antojaba aplicar para uno mismo al estar presente en esta  puesta, era emitir (y accionar en consecuencia), la frase inmortal de aquel filme de Robert Zemeckis: “Run, JuanJo, Gun!”. 

Pero me contuve. Me quedé. La vi. Y completita.


Foto: Luis/Caballo/ crónicajalisco.com
SUSANA ROMO
Directora, junto con Fausto Ramírez, de la compañía “A la Deriva Teatro”, desde hace varios años se especializó en este nicho artístico donde, además de desarrollar diversas producciones, ha generado un espacio para el entrenamiento y la pedagogía dirigido a los más pequeños.


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“EL INUSITADO ROMANCE DE PETRECK BOLL…O EL LADO OLVIDADO DE CADA UNO DE NOSOTROS”


Por @juanjosecamposL
juanjosecamposloredo1@gmail.com
“A partir de cierto punto no hay retorno.
Ese es el punto que hay que alcanzar”.
Franz Kafka


¿Cuántas preguntas puede realizarse un hombre en la parca soledad de una oficina? ¿Cuántos deseos que se omiten?; y ¿si ese hombre- aparte- está solo y con su presencia anodina, sin aparente sentido por el estar, vive en la discordante monotonía de la vida rutinaria? Ahí, las posibilidades de que la nada construya más allá de lo innimaginable, de lo que anima el casi imperceptible tecleo de un telégrafo; y a partir de ahí, el abrir las ventanas para esas percepciones que surgen de nuestros más anhelados y ya olvidados deseos. Así la vida ocasionalmente. Así la presencia de las cosas. Así la vida y la nada de Petreck Boll, personaje que conocimos en el cuarto día del 14º. Festival de Monólogos “Teatro a una sola voz” en el Teatro Polivalente del Centro de las Artes de San Luis Potosí en el marco de la presentación de la obra “Ik dietrick fon, el inusitado romance de Petreck Boll”

Petreck (interpretado por Martín Tadeo Zapata, hijo del dramaturgo, director y también actor, Martin Zapata, creador de esta pieza), es un hombre que dice mucho (literal) y dice tan poco (también literal). Sombrío, de cierta parquedad, en trabajo anodino como tantos que pueden haber (aquí él, en una antigua oficina de telégrafos), ve pasar sus días en la infame opresión de esa labor de ambiente kafkiano – citando quizá el lugar común- donde como a Joseph “K”, la vigilancia y seguimiento del opresor sistema laboral, lo mantiene en un constante movimiento entre el hacer y- paradójicamente- el ya no hacer nada. Vendrá de manera inesperada Zarah, esa “hermosa” mujer que le brindará color a su vida y una ilusión que lo desmarcará de la agobiante rutina de cada día.

El maestro Martín Zapata (Premio Juan  Ruiz de Alarcón 2018), muestra un trabajo metódico con un trazo escénico finamente diseñado dentro de su espacio totalmente minimalista. Solo una silla. Y solo la presencia de un actor. Esos artilugios que pueden configurar de manera contradictoria el “sujeto” (Petreck), el  “espacio vacío” (¿?) y un “objeto” (la simplicidad de “la silla”), dan línea para que este actor desarrolle en progresivo, este “insólito romance”, donde podemos disfrutar paradójicamente con lo dicho anteriormente, de la creación de personajes disímbolos, desde aquellos que son parte de su cotidianidad, como de aquellos con los que se irá encontrando. En un bagaje de recursos vocales y corporales, cuyo sumo cuidado en su diseño, elaboración y ejecución se vuelve por momentos fascinante, Zapata nos permite, en conjunción con Martín Tadeo, el disfrute de una historia que se va tejiendo lenta, meticulosamente, “a punta de cincel”, con el uso de dos lenguas, que conviven en franco equilibrio para llevarnos de paseo, por esos senderos lingüísticos cuya fluidez nos adentra en ese misterio que cocina un ambiente de soledad compartida.

Por momentos sentimos que no existimos. Que el actor cuenta su historia ajeno a nosotros. No pudiera quizá decirse que sea esto un defecto o un  acierto. Simplemente sucede. Así se da. Y en ello, se logra una extraña comunión entre quien narra y quien solo observa  esta danza actoral de situaciones, donde ese final- quizá, si, quizá- posiblemente más que previsible (pero no por ello desdeñable), nos hace esbozar una sonrisa, nerviosa, incrédula, donde llegar supuso perfilar un viaje de conexiones con esa soledad de un tal Petreck, ese apocado y "olvidable"  oficinista, cuya vida, como la de tantos, se pierde en la locura cotidiana del entresueño y la vigilancia del amor que, espejismo propio de la irrealidad, llega y se fuga (así en él, así en quienes observamos, finalmente espejeados), entre las líneas de ese personaje gris que refleja la inconsistencia vana de cada uno de nosotros.


MARTÍN ZAPATA
Dramaturgo, director y actor (1956).
Premio Juan Ruiz de Alarcón 2018. Realizó estudios teatrales en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM, Centro de Formación y Producción Teatral y en El Foro Teatro Contemporáneo. Estudió la Maestría en Literatura Mexicana en el Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Literarias de la U.V.
Con sus obras y espectáculos –ya sea como director, dramaturgo o actor- ha participado en festivales, giras y temporadas en la mayor parte del país y américa del norte.
Ha recibido premios como director y dramaturgo y sus obras se encuentran publicadas en diferentes editoriales. Ganó la beca del FONCA y el PECDA Veracruz en diversas ocasiones.
Actualmente es miembro del  Sistema Nacional de Creadores y Director de la Facultad de Teatro de la Universidad Veracruzana.
Es autor de Camino a Fort Collins (Premio Bellas Artes de Baja California), El insólito caso del Señor Morton, El dolor debajo del sombrero(2005), Soneto para dos lamas en vilo (2012) y El siniestro plan de Ventila Radulezcu (2011).



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DE "LAS ESTRELLAS EN EL CASTILLO"… AL NECESARIO TEATRO PARA NIÑOS SOBRE SITUACIÓN DE CÁRCEL, EN LA ESCENA MEXICANA.



Por Juan  José Campos Loredo.
"El alma, prisión del cuerpo."
Michel Foucault


Claudia Recinos lo sabe muy bien: hablar de personas en situación de cárcel es una deuda de la escena teatral con una realidad mexicana que muchas veces se ignora. Con una vivencia personal nada ajena a esta situación, la actriz, directora y productora tapatía, enfrenta con su proyecto escénico “Escena imprudente”, el abordaje siempre sincero de este tema, en la realización de la puesta en escena “Las estrellas en el castillo”, texto del dramaturgo Hasam Díaz Hierro con la actuación de Laura Araceli Gutiérrez Ibarra, quien da vida a la pequeña Úrsula, futura bailarina, con una muy agradable fluidez y empatía, en esta tercera obra -de siete-, presentada dentro del 14º. Festival Monólogos “Teatro a una sola voz” 2018, que se desplaza por diversos estados de la república mexicana y la cual realizó su parada en el Teatro Polivalente del Centro de las Artes de San Luis Potosí, festival que culminará el próximo viernes 27 de julio.


Úrsula, una pequeña niña que disfruta la cotidianidad con su padre de manera más que idílica, este, un hombre que gusta de envolverla en cuentos y actividades que fortalecen la unión con un cariño que se antoja, y que además de ella, nos hace partícipes de la convivencia con la presencia de la hiperactiva “Abu”, la abuelita y el hermano mayor, adolescente cuyas actividades de naciente “skater” y afecto videogame, enmarcan esta familia, donde se entiende (aunque no se explica) la ausencia de la madre, dejándonos ver el patrón donde el padre es el sostén en todos los sentidos de este modelo familiar.

Una “mala decisión” del padre- según él le confiesa a la pequeña niña vía una carta-, termina llevándolo a la cárcel -a un “viaje complejo”-, situación que trastocará totalmente a los integrantes de su familia y donde Úrsula tendrá que entender que una situación de tal magnitud, implica entender y reorganizar no solo la vida en común con el resto de los integrantes, sino más aún, la adaptación emocional (y “readaptación” social), de quien se ama y que ya no se cuenta con su cercanía como antes había sido. Y en ello, perdonar lo in-entendible para alguien a su corta edad.


Un montaje donde se agradece la pulcra dirección actoral, que bien sabe conducir Claudia Recinos sobre la talentosa Laura Araceli Gutiérrez Ibarra, misma que destaca recreando eficazmente a cada uno de los personajes que acompañan a la pequeña Úrsula, donde ella manipula por igual distintos juguetes y objetos que dan vida de manera entrañable a las distintas situaciones, así como un más que destacable trabajo de animación y multimedia asesorado por Meztli Robles y realizado por Sergio Núñez respectivamente, sobre un espacio escénico diseñado por Caín Coronado, quienes junto al diseño sonoro de Luciano Sánchez, logran embonar los ambientes y texturas para llevar de manera más que sutil, las emociones y vivencias que Úrsula va confrontando, frente a su dilema de reencontrar esas experiencias que con su padre en la cárcel, habrá que resignificar.

Una (a)puesta sencilla en apariencia, donde un relato simple se magnifica, da lugar a la reflexión profunda de lo que se tiene que enfrentar una familia con integrantes de esta, en situación de cárcel, en un país donde, ahora más que nunca, la posibilidad de tomar “una mala decisión”, ya debido a la precariedad que cada vez más nos orillan las distintas políticas de abandono social o bien, la despreciable inseguridad del  día a día, nos permite acercarnos y mirar de manera sensible este tema urgente de focalizar sin prejuicios, sin morbo que criminaliza (y revictimiza, reculpabiliza y discrimina sobre todo), ya, a quien está en ella, como a quienes le rodean. Y que sea dirigido a la comunidad más vulnerada como son los hijos, los niños, lo hace mucho más valioso e imperante de tomar en cuenta. En conclusión, una obra que debe verse y reflexionarse en familia no solo por su valor estético sino también, por su alto valor de compromiso social por hacer visible a un sector como lo son las personas en situación de cárcel y la de sus familias que les acompañan en este complicado “viaje”.


CLAUDIA RECINOS/ Escena Imprudente

Egresada de la Licenciatura en Artes Escénicas con orientación en Teatro de la Universidad de Guadalajara, titulada por excelencia académica. Ha colaborado y trabajado bajo la dirección de: Luis Manuel Aguilar “Mosco”, Marco Vieyra, Ángel Hernández, Noé Morales Muñoz, entre otros. Becaria del programa de Creadores Escénicos FONCA 2011, JALISCO A ESCENA en la categoría de Teatro Experimental 2014 y PECDA Jóvenes Creadores 2014. Ha participado en tres Muestras Nacionales de Teatro: El Matadero (creación colectiva) Inverso Teatro, 2009. Adiós Querido Cuco de Berta Hiriart, con A la Deriva Teatro, 2010. No Tocar de Enrique Olmos de Ita, con Escena Imprudente, 2012. Como fundadora de Escena Imprudente ha producido y actuado los proyectos: No tocar(2010), Invisible; documental escénico sobre la libertad(2012), Ser sus ojos (2015, Premio mejor producción MET Jalisco e invitada al Seminario de Teatralidades Expandidas 2016 Museo Reina Sofia en Madrid) y El secreto de papá(2016). Ha participado en diversos festivales de teatro para niños y jóvenes del país y ha sido cuentacuentos y tallerista del Museo Interactivo Trompo Mágico del Gobierno del Estado de Jalisco (2005-2008).Así como en el marco del 2do. Festival de Cine en Tapalpa 2014. 


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