Por Juan José Campos Loredo
@JuanJoséCampos


Leer el texto de “Otelo” de William Shakespeare siempre me ha sido un deleite. Los personajes base, como la siempre deseable Desdémona, que en su aparente inocencia la hace apetecible a cualquier depredador y por ello, ni como negar el celo brutal que despierta en el moro portentoso pero estúpidamente influenciable (como cualquiera de nosotros podemos ser estúpidos de esclavizarnos de nuestros más brutales deseos) que es Otelo y más, con la insidia, la gozosa perfidia del truculento y fascinante Yago, el antagonista/protagonista por excelencia de los tejes y manejes de las pasiones humanas. Soberbio personaje y por ello, siempre complicado.

En esas estaba el sábado 17 de octubre, con la total disposición para ver un descifrado más a este texto, pero en su versión operística, uno que si bien para los neófitos, puede ser empalagoso, un verdadero dramón, esta composición del buen Giuseppe Verdi, es un agasajo propio de su época y que nos remarca que el romanticismo nunca, cuando está bien hecho, podrá desgastarse y desgastarnos. Todos tenemos algo de apasionados destructores. Y así, me dispuse a ver la segunda de la Temporada 2015-2016, dentro de los ya conocidos Sábados de Ópera en Vivo desde el MET de Nueva York en el Centro Cultural Universitario Bicentenario de la UASLP, en esta ocasión con “OTELO” (Otello), ese drama lírico en cuatro actos, composición de Giuseppe Verdi, bajo el libreto de Arrigo Boito, según “The Tragedy of Othello, the Moor of Venice”, estrenada en la Escala de Milán el 5 de febrero de 1887.

¿Qué decir de este montaje? Me dejó sentado. Sumido en la butaca sin movimiento. Sin parpadear. Abriendo mis oídos más y más ante tan vibrante puesta en escena. ¿Espectacular? ¿Intensa? ¿Vibrante? Para mí, eso y más: una verdadera delicia. Con la historia situada originalmente en la isla de Chipre del siglo XV, ésta, como “representación periférica del poder europeo, siempre en constante amenaza de un adversario hostil, el Imperio Turco”, reza el programa de mano, se avientan aquí a “actualizarla” al situarla en el siglo XIX, según versión de su director escénico Bartlett Sher, en un castillo de cristal en constante movimiento, donde la frialdad aparente de esta impresionante escenografía compuesta por enormes módulos de cristal, van generando los espacios en sus emplazamientos, envolviendo las escenas en una atmosfera que por un lado muestra la fragilidad y por otro, esa enorme vulnerabilidad en la que las pasiones humanas pueden colocarnos. Suena a cliché barato. Pero funciona la cosa. Se ve bonita, ayuda y da cierta agilidad al montaje.

Inspirada como bien sabemos en el texto del genio inglés W. Shakespeare, está ópera –que llega en el momento en que se cuenta que la del simpático Rossini gozaba de gran popularidad-, significó un reto para Verdi y Boito, quienes se dice, se vieron fascinados por la figura antagónica, Yago (¡¿Quién no?!), el alférez del comandante de la flota veneciana, gobernador y lugarteniente de Venecia en Chipre, el moro Otelo, razón por la cual estuvieron tentados a llamarle a esta ópera bajo el nombre de “Yago”. Pero bueno, también temerosos de que ello fuera a verse como una mala estrategia donde se pudiera pensar que les daba temor la joya de Rossini y que desde ahí, si sus propios creadores no le daban el voto de confianza, pues que podría pensar el mismo público: “Si la han nombrado distinta, seguramente es que sea una mala obra”, pudiéramos pensar era lo que pasaba por la mente de los dos autores de esta nueva composición. ¿Ponerle otro nombre para ocultar un posible fracaso? No estaba de más prevenir que lamentar y así, Rossini parecía dormir tranquilo con su exclusivo al momento, Moro al ladito.

Pero no. Dándose finalmente un voto de confianza, Verdi y Boito, ya definido el proyecto que Verdi arrancara desde 8 años antes, en 1879, decidieron enfrentar el riesgo y la llamaron con el nombre original que indicaba la obviedad, esto es “Otelo”, dispuestos a afrontar las probables comparaciones. ¿Y qué pasó? Mucho. Para su satisfacción, esta nueva versión de “Otelo”, gozó de inmediato de enorme popularidad, desechando los temores del compositor y del libretista, destacando por sus propios méritos y convirtiéndose en una de las piezas operísticas, donde los interpretes de los roles protagónicos son exigidos, al máximo debido a la compleja y variada cantidad de matices dentro de la composición en general. Un punto más para el prolífico genio italiano.


Llegado a esto, anonadado, gozando lo transmitido desde el MET en el CC200, un gran Otelo, interpretado magistralmente por el tenor Aleksandrs Antonenko, quien marca un hito al asumir este personaje, con su piel, "como va", sin el característico color "negro" que históricamente ha "exigido" el personaje desde hace 124 años, sino al natural, el cual se planta con todo, y en ello, no pierde un ápice de aplomo y coraje para dejar ver un muy matizado y elaborado "moro" de Venecia, llevando al espectador a niveles de emotividad verdaderamente gozosos. Churriguresca la emoción pero, vamos, ya entregados, dejemos que la víscera reine en este espectáculo.


¿Y Yago? Vaya que interpretaciones como esta, nos hacen pensar que haberle puesto así, el título de este infame instigador, le hubiera hecho justicia, ya que desde un principio, desde que se le ve en escena, impresiona la fuerza que el barítono Zeljko Lucic- quien toma las riendas de un muy particular Yago-  le imprime a su interpretación, diseccionando nota a nota, gesto a gesto, a este maquiavélico personaje que con mucho posiblemente superaría la imaginería, que seguramente el propio Shakespeare tuvo de él. Excelente y bizarro el tipo, sin más alharaca y dejando fluir lo más canallesco del ser humano en él ejemplificado.


La soprano Sonya Yoncheva, guapa, hermosa y con una presencia que mueve ángeles y hormonas, lleva el papel de Desdémona por esa parajes donde la sutileza no tiene límites; donde la inocencia toma grados paradisíacos y que atrapa y envuelve no solo con su presencia, sino con la vital y conmovedora interpretación de esta mujer a la cual la insidia e ignominia infringida por Yago, colocarán en la muerte misma por mano de su propio amante y esposo, como bien marca la trama del bardo inglés.

Bajo la batuta del joven director de orquesta Yannick Nézet- Séguin, está majestuosa producción de Sir David Mc Vicar, alcanza momentos tan bien logrados, que uno no puede evitar seguir paso a paso todas y cada una de las notas que se van estructurando dentro de este verdadero arsenal de emotividad lírica en que se va construyendo esta tragedia, insisto, y hago énfasis: majestuosa y fenomenal.

Quizá andaba emotivo ese día. Pero es rico y gozoso tener catarsis con estas manifestaciones que elevan a niveles sabrosos e inolvidables. Final apoteótico, finamente llevado como se mantuvo toda la obra, tejiendo a plenitud una ópera, que, quizá para unos exageró la nota, para otros -o para mí- fue una gloria disfrutarla.

Sin duda, una de las presentaciones cumbre de este naciente recorrido por la temporada 2015- 2016 de la Ópera en Vivo desde el MET de Nueva York, en el Centro Cultural Universitario Bicentenario (CC200).

Próxima proyección:
Tannhäuser / Wagner
31 de octubre / 10:00 horas.
Duración aproximada 4:31 horas.
Compositor: Richard Wagner.
Libretista: Richard Wagner.
Director de orquesta: James Levine.
Cantada en alemán.

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